lunes, 26 de septiembre de 2011

Que sea distinto, no lo hace peor.

- ¿Qué es exactamente lo que vamos a hacer?
-Lo que quieras.
-¿Me lo prometes?
-Sí. Alcé la mirada y vi en sus ojos una expresión ferviente y algo perpleja.  Dime lo que quieres, y lo tendrás.

No podía creer que me estuviera comportando de una forma tan torpe y tan estúpida.
Era demasiado inocente; precisamente, mi inocencia era el punto central de la conversación. No tenía la menor idea de cómo mostrarme seductora. Tendría que conformarme con recurrir al rubor y la timidez.
-Te quiero a ti.
-Sabes que soy tuyo —sonrió.
Respiré hondo y me puse de rodillas sobre la cama. Luego le rodeé el cuello con los
brazos y le besé. Me devolvió el beso, desconcertado, pero de buena gana. Sentí sus labios tiernos
contra los míos, y me di cuenta de que tenía la cabeza en otra parte, de que estaba
intentando adivinar qué pasaba por la mía. Decidí que necesitaba una pista. Solté mis manos de su nuca y con dedos trémulos le recorrí el cuello hasta llegar a las solapas de su camisa. Aquel temblor no me ayudaba demasiado, ya que tenía que darme prisa y desabrocharle los botones antes de que él me detuviera. Sus labios se congelaron, y casi pude escuchar el chasquido de un interruptor en su
cabeza cuando por fin relacionó mis palabras con mis actos.

- Mira, no lo tienes porque hacer.
-Estoy dispuesta a perderme contigo. Dime que me quieres.
- ¿Sabes? A las personas que son importantes en la vida, no hace falta decirles mucho. Tú sabes bien todo lo que significas, y todo lo que hemos pasado y superado. Y con eso es más que suficiente. Sólo darte las gracias y que siempre estaré aquí.



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